Hace pocos días visité el castillo de mi alto pana. Como siempre me recibió con una amplia sonrisa. Conversamos mucho para finalmente y al analizar lo expresado concluir que fueron bagatelas. Me dijo que me sintiera cómodo, como si estuviera en mi castillo, que él iba a hacer algo que tenía pendiente. Le respondí: - Está bien, curiosearé y jorungaré por aquí y por acullá. No os preocupéis, evitaré dañaros o llevarme cualquier cosa (ya me sentía en mi castillo).
Mi “alto” se mudó de ropaje y en su carruaje el cochero lo condujo hasta la dirección que le indicaron.
Entre tanto me fui a la habitación en donde se procesan los alimentos. No recuerdo qué, pero en un sartén freía unas rodajas de carne que despedían un olor bastante agradable. Fui a la nevera, me serví medio vaso de agua fría con la otra mitad a temperatura ambiente, transformándola así, como por milagro, en “agua de río”… me doy cuenta de pronto que se podía quemar mi almuerzo, coloco mi vaso a un lado y atiendo la emergencia para evitar un descuido. Ya listo apagué el fogón y en un movimiento de giro tropecé el vaso… estuve todo el resto de la tarde recogiendo vidrios…
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