miércoles, 28 de diciembre de 2011

MUJERES BELLAS


¿Quién no ha visto como se mueven esas damas en la cocina? Son tan hermosas cuando con el utensilio adecuado hacen trocitos con alguna verdura y preparan un delicioso almuerzo. Como en un milagro convierten en arepas lo que antes era harina… (¿Seremos tan crueles de quitarles ese privilegio?).

El prodigio con que toman un cepillo y una esponja para dar lustro a unas cerámicas que de opacas han comenzado a brillar… (¡Y dios quiera que aun siendo inocentes seamos responsables de un sucito!).

¿Y las ventanas? Esos vidrios rectangulares que iluminan y dan prestigio al hogar… ¡Cómo resplandecen cuando la reina de la casa con su varita y sus palabras hacen en poco tiempo que podamos ver a través de ellas el paisaje, o nuestra imagen si fue un espejo el beneficiado de sus habilidades.

El canto de su voz y su sonoridad inundan todo el ambiente: - ¡Mucho cuidado con ensuciar los muebles! Y la fanfarria final: - ¡Se limpian bien los zapatos cuando pasen!

Finalmente, un poco antes de que ella se rinda a los placeres merecidos de un descanso reconfortante, de un sueño reparador, mientras regresamos de cualquier cosa en la cocina, siervos, esclavos y obedientes como somos, reconociéndole su tacto distinguido y culinario, le pedimos que nos prepare una deliciosa taza de café…

sábado, 24 de diciembre de 2011

CONFUSIÓN NAVIDEÑA*

Aún contando con un nuevo año que me da experiencias y aprendizajes me son más confusas algunas situaciones. Ha llegado otra navidad. Lo sé porque en mi casa han colocado un arbolito con muchos adornos y luces. También el nacimiento con muchos juguetes y luces. Lo sé porque mi papá y mi mamá llegan con paquetes, pasan de prisa evitando mi curiosidad y diciéndome cosas que no entiendo cuando les pregunto.

Mi familia no es muy extensa, está conformada por unos cuantos que cuando se reúnen parece que pelearan, pero sólo discuten. Es por allí que viene mi confusión: todos me corrigen, me regañan, me dicen algo. Uno de mis tíos me preguntaba si le había hecho la carta al niño Jesús. Mi primo del tatuaje si le pedí a santa Nicolás. Algunos de mis amiguitos afirman que son mis padres los que me dan los regalos (lo que es cierto, mis padres me dan regalos). Cuando a mi abuelo le digo que quiero un baloncito de beisbol trata de tranquilizarme diciéndome que me lo traerán los reyes. El día de las varillas humeantes con agradable olor mi prima hace una carta donde anota mis deseos para el espíritu de la navidad. Mi hermana que vive lejos, dice mi tío que a dos calles, me preguntó por lo que quería como regalo.

Hoy recordando un poquito me doy cuenta que el año pasado fue muy parecido. Al igual que ahora tenía muchas ilusiones de que me dieran muchos, muchos regalos… Llegados los momentos estuve muy feliz por todo lo que recibí, pero no fueron tantos ni los que yo quería.
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* Enviado al Foro de Proyecto Expresiones” (19/12/2010)

lunes, 19 de diciembre de 2011

LA PREGONERA*

A Miriam Gil

Allí estaba Miriam, como siempre. Su pregón repartiéndose en el viento por todo el mercado:

- ¡Chicharrones! ¡Frescos los chicharrones!

Muchos al pasar la saludaban con cortesía. En los ojos de otros el deseo y la gula.

- ¡Tengo los sabrosos chicharrones de guayaba!

Su voz tiene hoy el tono melancólico de las gargantas que poseen tonos melancólicos. Entre sus manos toma las populares y tostadas conchas, las balancea, y cobra el costo de su peso. Casi como un susurro, pero en voz alta, confiesa algo al comprador. Miriam no discute hoy como otras tantas veces...

- ¡Señora, chicharrón de guayaba para sus hallaquitas!

Su nostalgia despertó mi nostalgia. Me acerco a ella y le pregunto, (antes quiso despacharme):

- Gracias, pero, solamente quiero saber algo: ¿Cómo es eso de chicharrón de guayaba?

Par de lágrimas se dejaron caer de sus pardos ojos. Con palabras que denotaban un leve quiebre me regaló su secreto:

- Guayaba era el nombre de la marrana. Un animal muy lindo al que había estado engordando hace más de un año... Le había tomado mucho cariño...

- Señor, ¡tengo el sabroso chicharrón de guayaba!
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* Publicado en la revista “Para las Telarañas” Nro. 4 y 5. 1985. Págs. 27. (Centro de Investigaciones Lingüísticas y Literarias “Andrés Bello” (CILLAB) del Instituto Universitario Pedagógico de Caracas. Hoy Universidad Pedagógica Experimental Libertador- Instituto Pedagógico de Caracas.).



jueves, 15 de diciembre de 2011

ELLA, YO Y EL FAROLITO

En la mayor parte de su tránsito nuestra mamá trabajó en el diseño y confección de vestidos (en su más amplio significado) y muy especialmente para las damas. Sus clientes siempre se fueron satisfechos con sus creaciones, luciéndolos orgullosos. En ese ámbito (y en otros también) donde le correspondió desenvolverse fue muy popular y buscada. Ninguna labor le era pequeña: pegar un cierre, arreglar un cuello, recoger un ruedo… Antes de ser modelados en un acto de graduación, en unos quince años o en cualquier otra gala, esos trajes salieron de sus manos mágicas.

En algunos momentos recuerdo sus espacios con múltiples retazos de telas, botones para cada ocasión, figurines, hilos en variados colores, sus tijeras (prohibidas para lo que no fueran los cortes de su costura), y la correa de la máquina.

En lo personal me conté entre sus clientes y ayudantes. Como lo primero lucí camisas exclusivas adelantadas a la moda para el momento. Como lo segundo y gracias a ello me adentré en ese mundo de la sastrería y la confección. Estaba ella en su labor cuando en una llamada dábame unas monedas, un trozo de gabardina y las instrucciones: - Ve al Farolito y me traes un cierre de cuarenta para dama de este color… Otras veces un recorte estampado y una muestra: - Que te forren media docena de botones de este tamaño… Eran labores sencillas de ir y venir, salvo regresar por un encargo pendiente… o por haberme equivocado (siendo en este caso de inmediato). Era una distancia de unos ochocientos metros en un solo sentido.

De bordados, encajes, cintas e hilos me quedó la experiencia. Aprendí a pegar botones, ensartar agujas, recoger ruedos y hacer mandados.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

HISTORIA DE TASCA

La historia a partir de una leyenda urbana... Es uno de esos sitios en los que hombres y mujeres se reúnen para conversar y compartir tragos de diferentes sabores, y distintos resultados. Me correspondió con amigos de vieja data, entre ellos un historiador afamado que se transportó a los lejanos tiempos de los faraones donde los ingresos del pueblo se gastaban en construir tumbas, en donde tener esclavos era un privilegio y tener esposa (o esposas) exigía obligaciones parecidas a las presentes: mantenerlas contentas, felices, alegres…

El relato no tiene que ver con ningún faraón, pero si con uno de sus ministros. Era un personaje que a pesar del poco sueldo por sus obligaciones y a fuerza de tesón había hecho una de las fortunas más grandiosas del imperio. (Esto le permitía tener caballos, viviendas, esposas y esclavos).

Todos eran felices… bueno, salvo la preferida que en los momentos de intimidad (ni aun en el matrimonio) había conocido el placer que le brinda la cercanía de cuerpos que comparten caricias, clímax y relax.

Muy preocupado… (tomen en cuenta que mi amigo, el historiador entre cerveza y cerveza nos cuenta lo que él ya conoce)… Muy preocupado nuestro protagonista acudió hasta uno de los sumos sacerdotes y le narró su tragedia:

- Mi mujer se muestra indiferente en nuestros encuentros, sin emociones. Me permite avanzar hasta donde quiera y compartir cualquier fantasía, pero ni aún con eso logra la dicha.

Vino el consejo, el sabio consejo:

- Échale aire, abanícala mientras tengan la fiesta del coito…

Aunque extrañado, el ministro se propuso hacer lo recomendado. Tomó a unos de sus esclavos más fornidos. Capturado en tierras africanas y que había comprado a un costo elevado (a cuenta del erario y que nada le pesaba). Le dio instrucciones de que permaneciera con ellos en la habitación. Que al momento de las relaciones entre él y su esposa los abanicara constantemente… Así ocurrió durante varias noches: el esclavo abanicando, el ministro en su quehacer y la esposa indiferente…

- Mi amor, ¿qué te parece? (preguntaba el esposo con insistencia).

- Nada, mi amor, nada… (respondía ella).

Y todas las mañanas era el mismo rezo, amo-esclavo:

- No sabes abanicar, echar el aire... ¡Inútil!, sólo sirves para cargar bultos…

Un día cualquiera, el hombre ya “jarto”, le arrebata el abanico al esclavo y le ordena que se suba a la cama, tome el puesto de esposo, mientras él, aunque ministro, tomaría la función de abanicarles… Estando en plena faena le pregunta el ministro a la mujer:

- Mi amor, ¿cómo te sientes…?

Entre griticos, suspiros y respiración entrecortada le responde:

- Sí… a punto de… soy muy feliz…

Vuelto una fiera el hombre suelta el abanico y se enfrenta al esclavo: - ¡Te das cuenta, negro el carrizo, como es que se echa aire…!