¿Quién no ha visto como se mueven esas damas en la cocina? Son tan hermosas cuando con el utensilio adecuado hacen trocitos con alguna verdura y preparan un delicioso almuerzo. Como en un milagro convierten en arepas lo que antes era harina… (¿Seremos tan crueles de quitarles ese privilegio?).
El prodigio con que toman un cepillo y una esponja para dar lustro a unas cerámicas que de opacas han comenzado a brillar… (¡Y dios quiera que aun siendo inocentes seamos responsables de un sucito!).
¿Y las ventanas? Esos vidrios rectangulares que iluminan y dan prestigio al hogar… ¡Cómo resplandecen cuando la reina de la casa con su varita y sus palabras hacen en poco tiempo que podamos ver a través de ellas el paisaje, o nuestra imagen si fue un espejo el beneficiado de sus habilidades.
El canto de su voz y su sonoridad inundan todo el ambiente: - ¡Mucho cuidado con ensuciar los muebles! Y la fanfarria final: - ¡Se limpian bien los zapatos cuando pasen!
Finalmente, un poco antes de que ella se rinda a los placeres merecidos de un descanso reconfortante, de un sueño reparador, mientras regresamos de cualquier cosa en la cocina, siervos, esclavos y obedientes como somos, reconociéndole su tacto distinguido y culinario, le pedimos que nos prepare una deliciosa taza de café…
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