En algunas ocasiones y por mi decisión unánime he visto la oportunidad de hospedarme por alguna noche en la que no quiero seguir andando. Por esos caminos siempre hay una hostería o una posada donde descansar.
En sus menús matutinos muy pocos incluyen desayuno criollo (recuerden que voy por todo el universo). El otro es el americano... Entonces pido un americano y me traen pan, pero yo quiero arepa, entonces me aclaran que eso es en el criollo. Entonces yo les refuto que la arepa es americana y lo criollo es americano… Pero como se darán cuenta... Nada que hacer… ¿Entonces?
Me voy por uno criollo y me traen huevo (frito u omelette), queso, caraotas, mantequilla, mermelada (que no sé de dónde salió incluirla), café con leche y las tan deseadas arepas... Opcionalmente un jugo, casi siempre de naranjas.
Ahora el cuento: las arepas (dos algunas veces) tienen el diámetro de la boca del vaso donde me traen el jugo y el espesor del fondo del mismo vaso. (Aquí fue cuando solté una llamada mala palabra de bajo calibre, pero de alto impacto para mi tranquilidad emocional). Dialogué con mi admirado ego y le dije: ¡eso no es desayuno criollo! Un desayuno criollo es queso blanco duro rallado, mantequilla (margarina en su defecto, siempre que sea de verdad, nada de light o ligera), huevo frito o en tortilla, café con leche, caraotas refritas con su toque de azúcar, y un vaso de agua… No, no se me ha olvidado la arepa. Para ella un párrafo especial.
Mi preferida es la que tiene un diámetro igual al del plato de la taza de café, el espesor del meñique de mi mano y en el centro un huequito que se le hace a la masa con el mismo dedo utilizado como símil… El toque final: frita... ¡Ah, "hijo er'diablo! ¡Ese es un desayuno criollo, isleño, como lo preparaba mi madre, aborigen de “lais’la” de donde es la patrona de oriente!