miércoles, 7 de diciembre de 2011

HISTORIA DE TASCA

La historia a partir de una leyenda urbana... Es uno de esos sitios en los que hombres y mujeres se reúnen para conversar y compartir tragos de diferentes sabores, y distintos resultados. Me correspondió con amigos de vieja data, entre ellos un historiador afamado que se transportó a los lejanos tiempos de los faraones donde los ingresos del pueblo se gastaban en construir tumbas, en donde tener esclavos era un privilegio y tener esposa (o esposas) exigía obligaciones parecidas a las presentes: mantenerlas contentas, felices, alegres…

El relato no tiene que ver con ningún faraón, pero si con uno de sus ministros. Era un personaje que a pesar del poco sueldo por sus obligaciones y a fuerza de tesón había hecho una de las fortunas más grandiosas del imperio. (Esto le permitía tener caballos, viviendas, esposas y esclavos).

Todos eran felices… bueno, salvo la preferida que en los momentos de intimidad (ni aun en el matrimonio) había conocido el placer que le brinda la cercanía de cuerpos que comparten caricias, clímax y relax.

Muy preocupado… (tomen en cuenta que mi amigo, el historiador entre cerveza y cerveza nos cuenta lo que él ya conoce)… Muy preocupado nuestro protagonista acudió hasta uno de los sumos sacerdotes y le narró su tragedia:

- Mi mujer se muestra indiferente en nuestros encuentros, sin emociones. Me permite avanzar hasta donde quiera y compartir cualquier fantasía, pero ni aún con eso logra la dicha.

Vino el consejo, el sabio consejo:

- Échale aire, abanícala mientras tengan la fiesta del coito…

Aunque extrañado, el ministro se propuso hacer lo recomendado. Tomó a unos de sus esclavos más fornidos. Capturado en tierras africanas y que había comprado a un costo elevado (a cuenta del erario y que nada le pesaba). Le dio instrucciones de que permaneciera con ellos en la habitación. Que al momento de las relaciones entre él y su esposa los abanicara constantemente… Así ocurrió durante varias noches: el esclavo abanicando, el ministro en su quehacer y la esposa indiferente…

- Mi amor, ¿qué te parece? (preguntaba el esposo con insistencia).

- Nada, mi amor, nada… (respondía ella).

Y todas las mañanas era el mismo rezo, amo-esclavo:

- No sabes abanicar, echar el aire... ¡Inútil!, sólo sirves para cargar bultos…

Un día cualquiera, el hombre ya “jarto”, le arrebata el abanico al esclavo y le ordena que se suba a la cama, tome el puesto de esposo, mientras él, aunque ministro, tomaría la función de abanicarles… Estando en plena faena le pregunta el ministro a la mujer:

- Mi amor, ¿cómo te sientes…?

Entre griticos, suspiros y respiración entrecortada le responde:

- Sí… a punto de… soy muy feliz…

Vuelto una fiera el hombre suelta el abanico y se enfrenta al esclavo: - ¡Te das cuenta, negro el carrizo, como es que se echa aire…!

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