Lo he dicho
antes y me provoca repetirlo: ninguna autopista ni camino es obstáculo para que
yo vaya a donde quiero, sea presente o diferente, aquí o diferente. Sólo tengo
que vestirme, ir a uno de mis establos y dejar que vuele mi cabalgadura.
Por una
extraña razón que, por supuesto, no me es extraña me tocó transitar entre las
nubes del tiempo, y por cierta lógica, del espacio. No puedo definir la época,
pero sé que muchos hombres volcaban su espíritu hacia el dios de su
preferencia: Marte, Yahvé, Zeus, Venus o Magdalena…
Mi momento no
pudo ser el más oportuno: el nacimiento de una que en el futuro muy lejano
(para ella) sería la luz de un amanecer, la estrella de fuerte brillo que desde
el norte guiaría a los viajantes. Desde ese momento y por siempre su belleza
sería poco común, una perla entre las joyas… Con el correr de los años tendría
su propio templo e inspiraría poemas, sueños e ilusiones.
El ambiente
era de fiesta en donde los dioses danzaban de alegría, felicidad y envidia
algunos (solamente algunos). Los mortales también celebraban y desde ese
momento erigieron el antes templo…
Era el
instante de regresar. Volví a mi cabalgadura. El tiempo y el espacio formaron
de nuevo parte de mi entorno. Cerré los ojos y al abrirlos… de nuevo en mi
presente.
Salí y me
quedé mirando el cielo de infinitas estrellas y brillante luna que dejaban una
huella más en mis excitados pensamientos.
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