Un caminante que había paseado por
diferentes miradores. Desde las alturas podía ir disfrutando del paisaje que
brindaba mi ciudad.
Mi andar comenzó temprano, cuando el
Sol llevaba casi medio camino andado. El cielo, a esas horas, azul, un poco
despejado y con la brisa que acariciaba el rostro. A medida que ganaba en
distancia y cansancio ganaba en alturas y descubrimientos.
Llegando en la tarde y cuando el
horizonte anaranjizado, las luces, tus luces, se iban encendiendo, momento en
el que por primera vez mis emociones, las verdaderas emociones brotaron. Allí
me detuve entre hojas, matas, ramas, algunas flores y algún árbol que se
proyectaba en su sombra.
Por largo tiempo esperé mientras más
luces se aparecían una tras otras. Arriba otras también se unieron al coro de
destellos que se adentraban en mi espíritu. Continúe la marcha con la seguridad
del camino elegido y el placer del recorrido…
Han pasado muchos años y he vuelto a
recorrer esos caminos. Son otros verdes, pero siempre verdes y nuevas sombras.
Los miradores han cambiado de lugar sin moverse, aun cuando el sendero me lleva
por los mismos caminos y las mismas horas. Desde mi nuevo horizonte continúo
viendo a mi ciudad, mi hermosa ciudad, esa que muy pronto estando cerca estará
a la distancia.
Me siguen emocionando esos destellos rojos que se desplazan raudos. Los titilares de antaño y los nuevos que la hacen más misteriosa, esos que en sus cerros siguen subiendo. Volteo y hoy es la luna la que se apodera del brillo de la noche.
Me siguen emocionando esos destellos rojos que se desplazan raudos. Los titilares de antaño y los nuevos que la hacen más misteriosa, esos que en sus cerros siguen subiendo. Volteo y hoy es la luna la que se apodera del brillo de la noche.