A días que fui adonde mis caballos se
guarecen de los elementos que podrían afectar sus saludes. Escogí al que me
acompañaría. Entre todos los caminos placenteros tomé el que quise, al paso del
trote hasta donde llegué.
Con la cabalgadura a buen resguardo
me encaminé al edificio cercano, casa de un prócer remodelada en museo. Exponían
una pieza artística salida de dos grandes creadores, herencia de lustros... Y
no podía ser de otra manera.
Ante el cuadro... (No logro expresar
lo que sentí al verlo la primera vez, y lo que siento al observarlo una y otra)…
¿He dicho que la maja me tiene loco? Bueno, no es cierto. La locura la causa la
modelo que ha posado para tan maravillosa pintura. En las pinceladas se adivinan
el bronceado de unas piernas que resaltan lo hermoso de su presencia. Belleza
que la cabellera, la sonrisa pícara y el rostro hacen brillar, y que aumenta
mientras se le contempla.
Una de las creaciones más bellas. Una
joya en la vitrina a la que sólo se accede a través de los cristales: con la
mirada y desde lejitos...
Me resta partir con los pensamientos
vagos y solitarios. Mi hora del regreso de volver sobre camino asfaltado.
Jinete sereno que se acompaña con la imagen que la fantasía ha pintado… La
sombra oculta bajo el caballo se protege del sol.