Que he salido a cabalgar
y recorrer un lindo pueblo montañoso. Debido a la estrechez de sus calles mi
cabalgadura descansa en un establo de esos que se encargan de su cuidado. Sus
habitantes viven del comercio, sobre todo de frutas, verduras y una que otra
baratija.
Que me ha llamado la
atención una gran cesta de durazno que se ven frescos y provocativos. Mas de
momento he decidido no comprarlos, antes quiero recorrer y comparar. En cada
puesto variedad y economía van parejos entre un local y otro. El paisaje hace
placentero el paseo. Al fin he decidido por una de las cestas. La tomo entre
las manos y me percato de su pesadez. A medida que avanzo en el regreso caigo
en cuenta de lo mucho que camine y de como mi carga no es nada cómoda ni
liviana. Reflexiono por el camino y me digo: ¿Cómo es posible que habiendo
tantos lugares haya escogido el más lejano para adquirir tan delicioso manjar?
Ahí mismo me doy la respuesta: folklórico…
Colocó de manera segura
mi dulce cargamento, pago por el cuidado del caballo y me dispongo a partir.
Justo en ese momento lo inesperado: comienza caer una pertinaz lluvia.
Precavido cargo conmigo un paraguas… pero me niego a sacarlo, no quiero
mojarlo.
Sigo cabalgando y
disfrutando del hermoso paisaje, de valles, montañas, cielo y nubes que se
encuentra a mi paso.
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