A Miriam Gil
Allí estaba Miriam, como siempre. Su pregón repartiéndose en el viento por todo el mercado:
- ¡Chicharrones! ¡Frescos los chicharrones!
Muchos al pasar la saludaban con cortesía. En los ojos de otros el deseo y la gula.
- ¡Tengo los sabrosos chicharrones de guayaba!
Su voz tiene hoy el tono melancólico de las gargantas que poseen tonos melancólicos. Entre sus manos toma las populares y tostadas conchas, las balancea, y cobra el costo de su peso. Casi como un susurro, pero en voz alta, confiesa algo al comprador. Miriam no discute hoy como otras tantas veces...
- ¡Señora, chicharrón de guayaba para sus hallaquitas!
Su nostalgia despertó mi nostalgia. Me acerco a ella y le pregunto, (antes quiso despacharme):
- Gracias, pero, solamente quiero saber algo: ¿Cómo es eso de chicharrón de guayaba?
Par de lágrimas se dejaron caer de sus pardos ojos. Con palabras que denotaban un leve quiebre me regaló su secreto:
- Guayaba era el nombre de la marrana. Un animal muy lindo al que había estado engordando hace más de un año... Le había tomado mucho cariño...
- Señor, ¡tengo el sabroso chicharrón de guayaba!
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* Publicado en la revista “Para las Telarañas” Nro. 4 y 5. 1985. Págs. 27. (Centro de Investigaciones Lingüísticas y Literarias “Andrés Bello” (CILLAB) del Instituto Universitario Pedagógico de Caracas. Hoy Universidad Pedagógica Experimental Libertador- Instituto Pedagógico de Caracas.).
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